El niño más pequeño con el corazón de oro

¿Recuerdas a ese chico de la escuela secundaria que parecía ser amigo de todos? Un tipo tan cool que estaba en el club de ajedrez y ser también el más popular en la fiesta de graduación. Si así fuiste tú, felicitaciones. Pero si fuiste a Madison High School (el nombre cambió) entre 2011 y 2015, ese chico se llamaba Jay (el nombre cambió). Desde el jardín de infancia, Jay era, según un amigo suyo, "el niño más pequeño con un corazón de oro". Las mamás lo amaban, los maestros lo adoraban y realmente no podías imaginar cómo hubiera sido la escuela sin él.

"Que sea lo que Dios quiera"

La primera vez que hablé con Jay fue un martes de noviembre. Solo unos días antes, Jay había sido arrestado por funcionarios de inmigración en la casa de sus abuelos y ahora estaba detenido en un centro de detención de inmigrantes. Solo quince minutos después de nuestra conversación, mi corazón ya estaba desgarrado. Jay tenía veintiún años y había vivido en los Estados Unidos desde los tres, pero sus posibilidades de luchar contra su deportación eran mínimas en el mejor de los casos. Cualquier posibilidad de éxito requeriría una cantidad extraordinaria de apoyo, paciencia y, francamente, suerte. En palabras de nuestro director de litigios, “que sea lo que Dios quiera”.

Con una meta a largo plazo, la Coalición CAIR, Jay y su grupo de amigos, familiares, maestros y padres trabajaron juntos para preparar una apelación honesta y sincera al gobierno para que detuvieran su deportación. Mientras preparábamos el caso de Jay, sus amigos se convirtieron en defensores increíbles. Compartieron su historia en las redes sociales, recaudaron miles de dólares para la familia de Jay a través de más de cuatrocientas donaciones, y se unieron para escribir cartas para apoyar a su amigo.

La comunidad con un corazón de oro

El caso de Jay se llevó a cabo en la Corte de Inmigración de Arlington en una fría mañana de principios de marzo. Los abogados de inmigración y los guardias de seguridad observaron con curiosidad cómo ese día decenas de veinteañeros de rostro fresco pasaban por la estación de los detectores de metales y las áreas de espera que andaban abarrotadas. Cuando el juez llamó el caso de Jay, su grupo de partidarios llenaron casi todos los asientos de la sala del tribunal. El juez movió la cámara para que el niño más pequeño con el corazón de oro, que aparecía en el tele-video, pudiera ver a su grupo de familiares y amigos. Y aunque no se escuchó ningún testimonio ese día, el mensaje de la sala del tribunal fue alto y claro: nuestro amigo Jay importa.

Si bien el juez aún no ha emitido su decisión, el caso de Jay muestra cómo una comunidad puede y debe unirse para luchar por sus hermanos y hermanas inmigrantes. Las comunidades, por pequeñas que sean, tienen una voz poderosa. El movimiento por la justicia de inmigrantes necesita comunidades valientes como la de Jay.

bW

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